Está cansada.
Se recuesta en el árbol, que solidariamente la cobija. Mientras, siente el movimiento de las hojas, la brisa que roza sus párpados y modifica el color de sus mejillas.
En el medio de un murmullo que delata fragancia a niñez, busca oxígeno, su oxígeno.
Se recuesta, mira a sus costados y hacia arriba. El verde follaje la cubre del doloroso ahogo. Se deja estar, lo sabe.
Entrega su cuerpo casi involuntariamente sobre el grandioso árbol.
Un ángel se posa a su lado, desciende cuidadoso y precavido. Se inclina hacia ella y le cede gran parte del oxígeno que necesita.
Sin dudarlo, le suplica que la lleve con él, que la sujete a sus alas y le muestre el paraíso.
El ángel se sonríe irónico y con un tono burlón contesta:
-Todavía no te toca, no me provoques, vas a morir cuando yo quiera...
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