Busco en mi alma el rincón donde suelo cobijar tu imagen. Deseo entrar como hace un tiempo atrás, pero luce tan tristemente herido, que no me atrevo a acercarme. Simplemente observo desde afuera y puedo ver que fui la causante del dolor.
Quisiera encontrar la forma para remediarlo. Con gusto volvería atrás, mas no puedo manipular el tiempo a mi antojo. Es un segundo peligroso, el segundo de la debilidad, en el que deseo ansiosa escuchar tu voz y envolverme en ella con cada respiración, pero sé que eso causaría más dolor del que inconscientemente me he encargado de generarte, y no lo soportaría.
Me atrevo a confesar el egoísmo que mantiene vivo el deseo de saber qué estás haciendo; el mismo que me impulsa descaradamente a atravesar la ciudad para que me abraces en silencio sin proferir palabra. Porque sólo quiero que me cubras con tus brazos y luego me mires a los ojos. Con eso me basta.
Pienso... Pongo un freno a mi impulso.
Mi alma se entristece poco a poco. Aún no he encontrado el camino. Se desgarran mis sueños y las imágenes del recuerdo a tu lado.
Se marchitan mis deseos y dejo levemente que se marchiten los nuestros. Y no sé por qué lo hago.
Me acuesto y dejo pasar la vida ante mis ojos, mientras ella, descarada, se ríe de mi miseria. No puedo explicar qué me sucede. Es realmente extraño.
Ahora es tarde. No soy materia. Para algunos, mi peso es sólo de veintiún gramos; otros, ni siquiera se atreven a pensar en ello.
Vuelo, me río del tiempo y de mí misma. Mientras, recibo a otros que, según dicen, también murieron de amor.
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