Y después de que todo acabó, el silencio se hizo diálogo entre nosotros.
Tu respiración me decía cuánto deseabas que me fuera.
Mi mirada te susurraba al oído cuánto necesitaba permanecer acostada a tu lado después de tanto juego. Pero nuestro silencioso diálogo duró apenas quince minutos y fue repentinamente interrumpido por el timbre chillón de tu departamento.
Prendí los últimos botones de mi camisa de seda. Tomé entre mis manos mi abrigo y subí al taxi.
Vacía llegué a mi cama. Sola. Silenciosa.
Desprendí cada botón de mi camisa. Me recosté en mis sábanas blancas, limpias y secas, como si intentase sumergirme en la consistencia de la tela, en la profundidad del dolor que sentía.
Cerré los ojos. Una lágrima atravesó mi mejilla y cayó en mi almohada.
Intené conciliar el sueño para no recordarte.
Para borrar tu imagen.
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