lunes, 7 de septiembre de 2009

No es sueño, es hambre

Cuando llego a la estación de subte de Retiro, me abstraigo. Tramo corto hasta Libertador. Pienso: ¿qué son cincuenta metros? Nada. Pero en esa Nada me encuentro con Todo. Con ese Todo del que muchos hablan y otros se indignan, pero pocos resuelven.

Todas las mañanas es el mismo vendedor de tortas, la misma abuela que duerme en el pavimento, la otra que vende pañuelos descartables; la mismísima bolsa de poxi-ran, el mismo bebé que llora con una mensualidad de mocos deslizándose por sus labios (en el mejor de los casos). Las dos abuelas están siempre, son parte del paisaje. Su colchón de material parece ser más cálido con la frazada encima, que aísla parte de su cuerpo del frío. Dos palomas se posan sobre los pies descalzos, (la única parte que la frazada no cubre). Picotean, se mueven inquietas y vuelven a picotear restos de pan. La abuela no se inmuta.

El olor a pizza de cebolla me da náuseas a las ocho de la mañana; le diría a la chica de cabellera parda, que atiende el barcito subterráneo, que empezara más tarde con sus tareas, pero sería pretender demasiado.

Mientras subo las escaleras mecánicas, mis fosas nasales respiran orín seco, un vaho penetrante que me recorre de punta a punta como adueñándose de mí. Casi haciendo cruz al barcito del olor a pizza y en un rincón mojado por los líquidos sucios de la estación, yacen amontonados media docena de niños de entre ocho y quince años. La bolsita con el pegamento que aspiran, tiene un efecto poderoso, casi mágico...

Cuando era niña, asociaba la magia a la inocencia, a la sorpresa, a un mundo de ilusiones. Pero esta magia que veo todas las mañanas, es la reina madre del tren del terror de todas las magias del mundo.

Mientras pienso en ello, antes de pisar el primer escalón de la escalera mecánica, una niña, aproximadamente de dos años, se despierta entre la masa humana amontonada. Se trepa a los cuerpos y se deja caer. Se divierte. Lo repite con una sonrisa pícara e inocente, pero esta vez se aleja de las frazadas nauseabundas y se mezcla entre los transeúntes subterráneos.

Ya estoy arriba, en la calle, viendo la luz del día. Huelo a garrapiñada y factura, en el aire. Se sienten risas, movimiento, hay vida que camina apresurada, pero por sobre todas las cosas, hay vida: feliz, desdichada, exitosa… como sea. Pero mientras hay piezas que se mueven, la realidad se modifica y nos empuja al cambio, al crecimiento digno, al conocimiento, a la libertad…

Al salir de la estación, camino pensativa, y me pregunto si aquella pequeñita, que hoy juega entre los cuerpos que sueñan por hambre o algunas cuantas drogas, podrá algún día, modificar una pieza de lugar y jugar en otra realidad.

3 comentarios:

  1. Este post, la lluvia... tremendo, jajaja. Es un chiste, la verdad es que mucho no puedo agregar, creo que comparto todas tus expresiones. Ah, escribís muy lindo, sí.

    Saludos.

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  2. Cuán irreal parece la realidad cuando se la describe con tanta precisión!

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  3. Cuando era más chica detestaba ir a Retiro porque sentía que esos chicos, a los que miraba con pena y a la vez con algo de miedo porque la tele me los mostraba en pos de delincuentes, vivían en una completa injusticia. Viven. Aún hoy.
    Y hoy en día, se me hizo rutina, el tren, un subte, cruzar avenidas, acoplarme a la masa de gente que las transita, y en general volverme tan ciega y tan indiferente como ellos.
    Y cuando pienso, quién está peor, ya no sé si pensar en ellos y su situación tan triste, o nosotros, y nuestra indiferencia tan asumida.
    (Me gusta tu blog!)
    Saludetes!

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