jueves, 29 de julio de 2010

Amores que matan

-Es que si me voy con vos, no sé qué hacer con el otro.
Eso le contestó ella a su fiel fantasía de los miércoles, a su pasión de seis meses, a su eslabón perdido que siempre responde en los momentos de soledad.
Pablo se quedó callado, se estaba enamorando de ella y lo sabía. Lo supo en ese instante en el que cada palabra de Sofía se abría paso entre sus venas como si fuese una aguja filosa.
-¿Vos entendés que no puedo, no? -Volvió a replicar ella con más violencia.
Él estaba frente a la cama destendida por las horas de pasión. Ya se había cambiado, sólo le faltaban los zapatos. Seguía mirándola fijo, con las cejas levantadas, simulando indiferencia. Tragó saliva y se sentó en la punta de la cama mientras la observaba abrocharse la camisa. Ella, siguió:
-No me mires así, ya sé que por ahí en la cama falla, pero en el resto, no deja de ser mi marido.
Injusta, cruel, fría. No le importaban sus palabras. Las cosas eran como ella quería que fuesen. Pablo continuaba mirándola y sentía que su amor por Sofía era tan inmenso que no podría estar sin ella. Hacía un año que la conocía, pero sólo seis meses habían pasado de recorridas por la ciudad en búsqueda de refugios espontáneos para encuentros clandestinos. Él podía oler el amor brotando por su cuerpo. Estaba embriagándose de Sofía. Con cada uno de sus gestos la amaba más, la sentía más suya, pero no podía decírselo. No podía atormentarla con su deseo de que fuese sólo suya. ¿Cómo le decía que quería amanecer a su lado abrazado a su cintura mientras ella se despachaba intolerante y soberbia mientras volvía a la realidad de su vida? Pablo, invadido por una tormenta de impulsos, la tomó entre sus brazos y la envolvió fuerte. Le declaró su amor entre palabras y llanto. Cerró los ojos y le pidió que tuviera cordura, que se acordara de las tardes de pasión con él. Sin espacios, sin respuestas, él continuó con su declaración de amor, agitada y con sus palabras que olían a sexo de media hora. Pablo comenzó a levantar el volumen de voz y a medida que lo hacía, la aprisionaba cada vez más para no dejarla ir. Ella se sacudía en su mismo eje sin poder salir, sin poder hablar. Él entendió que aún debía amarla y protegerla de la decisión de quedarse con su marido, que la haría infeliz para toda su vida. Pero luego de unos minutos de forcejeo, se dio cuenta de que ella habíacomprendido y lo estaba empezando a aceptar porque ya no se movía como antes, ya no protestaba ni quería salirse de sus brazos. Se distendió y la volcó en el piso y la observó un largo rato. Ella estaba tendida, inmóvil y con los ojos cerrados. Pablo sentía una inmensa paz con la decisión de Sofíal. Él descubrió que lo había elegido y se durmió tranquilo a su lado,imaginando que algún día despertaría.